Dentro de unos días, una familia de Fisherton integrada por
una pareja y tres pequeños hijos recibirá en su casa a cinco jóvenes sirios en
carácter de refugiados, los primeros en llegar a Rosario desde que se inició la
devastadora guerra que, en seis años, ya dejó 331 mil muertos, 2 millones de
heridos y otros 12 de desplazados. Bárbara Salcedo (39) y Mauro Stefoni (40) no
son descendientes de árabes, pero no precisaron de esa herencia para sentir que
la tragedia que rodea las vidas de esa gente no podía serles ajena. Empezaron a
involucrarse con el tema, después se metieron de lleno, hoy les ocupa media
vida. El proyecto fue charlado con sus hijos (de 14, 9 y 3), que debieron
renunciar a sus cuartos separados y volver a dormir todos en uno, para que
Bárbara y Mauro pudieran, a su vez, dejar el propio (único en suite) a sus
futuros cinco huéspedes, amigos entre sí, hoy en riesgo de que el Estado sirio
los declare desertores si llega a descubrir su plan.
"Para nosotros esto es solamente un comienzo, porque la
idea es seguir con otros", avisa Bárbara a La Capital desde su soleada
casa de distrito noroeste, cercana a Aldea.
En plenas vacaciones, toda la familia está en el hogar,
aunque esta vez sólo los grandes hablan. Sin embargo, los chicos no son
convidados de piedra: antes de tomar la decisión de alojar a los cinco
refugiados, el tema se charló en extenso.
"Si no aprobaban, no seguíamos adelante, pero nosotros
creemos que también para ellos va a ser una experiencia intercultural intensa y
deseamos que no permanezcan ajenos al mundo en que viven", afirma Bárbara.
Su marido recuerda: "Porque esta vez la tragedia no nos toca a nosotros, pero
podría ser...".
Esa empatía les sale por los poros, impregna cada cosa que
dicen: de tan sensibles las palabras, el aire parece una piel.
Hace unos cuatro años la pareja empezó a dedicar especial atención a la guerra, la más cruel en lo que va del siglo XXI, a partir de los relatos de un cura ortodoxo, el padre Ibrahim, cuyo hermano estaba en Damasco.
Cada vez más interesados, siguieron buscando información
sobre el vasto conflicto bélico, en el que participan varios grupos armados
rebeldes al gobierno de Bashar al-Asad y ejércitos de otros países poderosos de
Europa, Estados Unidos, Rusia, Turquía y monarquías árabes.
Entre otras fuentes, recurrieron a organizaciones
internacionales por internet. El drama de los refugiados empezó a cobrar forma.
Y a tocarles el corazón.
Por entonces, Argentina autorizaba la llegada de refugiados
sirios sólo si antes eran convocados por familiares (sanguíneos o por afinidad)
desde el país.
Luego el Programa Siria habilitó el ingreso sin ese
requisito. Hoy no requiere vínculo previo para que "llamantes" y
asilados puedan acordar una convivencia y permite que la visa se tramite desde
cualquier representación consular argentina.
Un apoyo clave para Bárbara y Mauro en esa etapa del proceso
fue relacionarse con la ONG Refugio Humanitario Argentino, en cuyo marco
crearon el nodo Fisherton-Rosario. Y en marzo pasado marcharon hacia la sede
local de Migraciones para iniciar el trámite.
Identidades protegidas
Gracias al "boca a boca", se pusieron en contacto
con cinco jóvenes sirios, cuyas identidades se preservarán por protección hasta
que lleguen al país: R. y M., de 27 años, y H., H. y M., de 26.
Dos son ingenieros agrónomos, como Mauro; dos licenciados en
arte y literatura, y otro pastelero de alta gastronomía.
Todos son musulmanes ismailíes, minoría chiíta especialmente
perseguida por el cruento grupo yihadista Isis (o Estado Islámico), fuerza que
autoproclamó un Califato con dos bastiones clave: uno en Mosul (Irak, ya
perdido) y otro en Raqqa (Siria), donde aún resiste y combate.
Las historias de los jóvenes son, como las de buena parte de los sirios hoy, desgarradoras.
R., por ejemplo, vivía en una villa que quedó arrasada por
la guerra, incluida su propia casa. Al intentar escapar varios de sus
familiares fallecieron y un hermano reclutado por el ejército de Assad murió en
el frente. La tragedia lo siguió de cerca excepto cuando, ante la súplica de su
madre, aceptó no abordar un barco que poco después naufragaría en el
Mediterráneo.
Con su padre mayor y muy enfermo y un hermano discapacitado,
R,. necesita desesperadamente empezar a ganar un peso para mandar ayuda a los
pocos que quedaron en su casa, adonde ya nunca podrá volver.
La situación familiar de sus amigos no es mucho mejor. De
los cinco, dos permanecen hoy conduciendo rebaños y tres están escondidos en
Beirut (Líbano), desde donde confían poder embarcarse hacia Argentina.
Cuatro hablan inglés, otro sólo árabe, pero los cinco están
aprendiendo español, tarea en la que Bárbara y Mauro los entrenan por celular
varias veces al día. A la hora que pueden, aunque sea a las tres de la mañana.
Si logran finalmente subirse al avión que los traiga a
Ezeiza (ver aparte), la familia los irá a buscar al aeropuerto. "Yo sólo
quiero abrazarlos y besarles la mano", afirma Bárbara.
Es un antes y un después. "Nosotros ya los amamos: este vínculo cambió nuestras vidas para siempre", agrega la chica. Su esposo la mira y la conexión se ve. ¿Lo que hacen es producto del amor? ¿de la bondad? ¿de la gratitud? ¿de la compasión? Parece surgir de la imaginación, ese poder mágico para ponerse en lugar de otro.